Hay cuerpos, dispositivos de poder, terreno del amor,
elementos de la danza, utilitarios de las vanidades, víctimas de la luz y la
oscuridad, manipulaciones del movimiento.
Cuerpos: tácitos, nocturnos, musculosos, marcados por los
contornos, faltos de aire, ejercitados por el vicio, vapuleados por el tiempo
que los ejerce, los torsiona, los envejece.
La idea fija propone ver al cuerpo en constante movimiento,
con sus infinitas posibilidades de formas y movimientos, giros y combinaciones.
Permite imaginarnos sus relaciones de poder, sus interacciones con otros
cuerpos, iguales o disimiles, y da lugar al sexo, elemento que rige la vida
desde sus comienzos, pero que fue y es tan desplazado de plano para ser
convertido en tabú y pecado.
Aquí el tabú no existe, ni el pecado. Todo lo contrario. El placer
se levanta en armas y se adueña de las manos y de los cuerpos de los actores. Estos
son utilizados por él para develar la poción mágica de la libido y la obsesión.
Pero como dije antes, el poder por sobre todo.
Hay closets. Estas en el closet, salís del closet, entras,
te adueñas de él. No entras al closet, sos libre, entonces… estas por fuera del
poder?
Sin embargo, hay límites. La piel de cada uno es un límite,
el desnudo es el límite. Después de toda la ropa no hay nada más para sacar de
esos cuerpos agiles, erguidos, en posición de ofrenda hacia el publico sobre el
final, porque ya no hay nada más que mostrar.
Me pareció muy destacable la actuación y resistencia de
todos los actores bailarines, principalmente Alfonso Barón, quien desde
principio a fin posee un manejo de su cuerpo, desde la proporción del
movimiento hasta el grado de versatilidad con la que lo maneja.
Les ofrezco una crítica
diferente porque esta obra es diferente. Imperdible.
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